Trabajar en el módulo más problemático de prisión: Mi asignatura favorita
Como trabajar en prisión se ha convertido en mi mayor pasión.
Hoy hace 6 meses desde que empecé a trabajar en prisión. Para los que no me sigan en redes, les resumo de forma muy sintética, y si quieren saber más información del proyecto sólo tienen que hacer click aquí. A raíz de San Miguel Adicciones, surgió un proyecto dentro de prisión, un taller de diseño y creatividad impartido por mí: Entrena, creatividad entre rejas.
Al principio, cuando entraba por esos pasillos y pasaba puertas y más puertas, las sensaciones eran contradictorias, ya que, por una parte, me encantaba la sensación de adentrarme en un lugar tan singular y desconocido para todos los que hemos tenido el privilegio de no tener que pasar por allí, pero por otra sentía nervios, inseguridad y miedo a la situación. ¿Por qué miedo? Primero, porque iba a ser profesora de un taller, ¡profesora!, la palabra se me quedaba muy grande, ya que no tenía nada de experiencia en ese sector. Y segundo, porque no sabía qué tipo de personas iba a encontrarme. Tenía muchos estigmas respecto a las personas que van a prisión, y en este caso ya me habían advertido que el taller sería en el módulo 5, el más problemático de la prisión de hombres de Tenerife.
El primer día fue un shock importante. Macu, la psicóloga encargada del módulo al que iba a ir, salió a buscarme al exterior de la cárcel, para guiarme en todo el proceso de entrada hasta el interior del módulo. Por el camino, ella iba explicándome aspectos importantes que tenía que saber si iba a ir con frecuencia, como por ejemplo, que no podía entrar nada de comida, que no hiciera caso si los chicos me pedían que llamara a algún familiar cuando saliese… etc.
Llegamos al módulo 5. Un funcionario nos abre la puerta y… boom! un patio con 150 hombres mirándome fijamente. Me empiezo a hacer muy chiquita y quiero irme corriendo. «¿Quién me habrá mandado a meterme aquí?». Pero, lejos de huir, decido entrar saludando a todo el mundo, «hola..», «hola..», a todo el que miraba. Tenía que ser lo más natural posible, no quería que pensaran que estaba asustada, iba a empezar mal si entraba así.
Realmente estaba asustada. Pensaba que si era el módulo mas problemático y donde están todos los reincidentes era porque había muy mal rollo dentro. Y si, pasan cosas, pero con el tiempo te das cuenta de que esas cosas nunca van a tener que ver contigo.
Entramos en una pequeña y fría clase dentro del módulo y empiezan a llegar mis alumnos, que, en ese momento, son 9. Muchos curiosos se quedan mirando desde la puerta.
Listo, ya estamos todos, cerramos la puerta y los curiosos se quedan con las ganas de ver lo que vamos a hacer. Ya tengo a mis 9 alumnos delante, caras serias, algunos tristes, otros con cara de incertidumbre. Me presento, les explico quién soy y por qué estoy allí, fue algo más o menos así:
«Hola chicos, mi nombre es Rebeca. Estoy aquí porque he visto que muchos de ustedes tienen unas grandes capacidades como diseñadores, dibujantes y creativos y me gustaría que lo pudiéramos potenciar. Mi objetivo aquí es simplemente que ustedes pasen un buen rato haciendo lo que más les gusta. No soy una profesora más, este proyecto lo estoy haciendo de forma voluntaria, ya que me encanta mi trabajo y el poder ver como funciona la creatividad es un sitio tan singular como este me parece súper interesante. En otras palabras, no cobro un duro por estar aquí»
Creo que esta última frase hizo que me los ganara a casi todos ya de entrada. No lo entendían: «¿cómo? ¿qué estás aquí sin cobrar? pero.. ¿por qué?»
En ese momento les explico que siempre he tenido «la espinita» de no trabajar en una labor social. Tanto mi madre, como lo era mi abuela, son trabajadoras sociales. Mi madre, en lo laboral, pero mi abuela en la totalidad de su vida, en lo laboral y lo personal. Acogía a niños sin hogar y los llevaba a su casa a convivir con sus 9 hijos, y muchas cosas más.
El taller une dos de mis grandes pasiones: El diseño y la labor social de crear un taller que no existía en prisión, de forma voluntaria. ¡Es perfecto!
Si, me da igual ir todos los viernes a impartir un taller, aun estando a tope de trabajo, y no cobrar ni 1 céntimo. Las cosas que me aporta este taller son mucho más valiosas que el dinero. Han pasado 6 meses desde que entré por primera vez y cada día salgo con una nueva lección de vida.
Estoy rodeada de personas que han acuchillado, matado y robado, y que les queda una media por salir de unos 10 años. Personas que han tomado las peores decisiones de sus vidas, algunos amenazados de muerte, otros con la impotencia de tener hijas fuera a las que han violado y maltratado, otros con familiares cercanos que han fallecido y tienen que vivir el duelo dentro de la cárcel, otros a los que les roban en sus casas mientras ellos cumplen condena, otros cuyos hijos se han enganchado a la droga fuera de la cárcel y no pueden hacer nada por ellos, otros enfermos, otros con problemas de adicciones… Personas con problemas de verdad, pero a los que les haces un taller de creatividad y les cambias la cara, les haces olvidarse de sus problemas, y, como me dijeron hace poco, a los que sacas de la cárcel por un momento.
Te das cuenta de que «tus problemas» no son problemas, que no valoramos el poder tener libertad, el estar con la familia, con tu pareja, en tu casa. El poder salir y coger aire puro, en la playa, en la montaña. La sensación de estar ensalitrado, que te despierten de una siesta, el olor del suavizante, tu cama, tu mascota… y mil cosas más.
Y todo esto no lo da el dinero, lo da la experiencia.